8/7/12

Recordando tu sabor.


Habíamos pasado el verano hablando y mantieniendo el contacto electrónico, así que a ambos nos apetecía volver a vernos tras tu vuelta. Por fin sentíamos que nos estábamos recuperando el uno al otro y, salvo algunos detalles o deslices tontos, en el fondo comenzábamos a ser una amistad que no se salía de los estándares. Es cierto que esos deslices habían despertado en varias ocasiones el deseo de uno de los dos o, en ocasiones con suerte, de ambos simultáneamente; pero personalmente lo achacaba a que pasabas por una época de menos contacto sexual y, bueno, te conozco lo suficiente como para saber cómo te gustan los detalles.
Sinceramente no me sentía más que un trozo de carne masculina que despertaba pasiones en ti a veces como lo harían otros si estuvieran ahí, y no me molestaba. Prefería esa sensación a sentir que acudías buscando sexo porque en realidad buscabas otras cosas que añorabas de nosotros. Lo que yo sintiera por ti durante ese verano, y porqué disfrutaba con tu juego, no es materia de este relato y prefiero abstenerme a explicarlo. Seguro que todos acabáis entendiéndolo.

Habíamos quedado el día siguiente a tu vuelta y, aprovechando que tu piso compartido todavía no estaba a rebosar de gente, aprovecharíamos para ponernos al día con series que habíamos comenzado juntos; además de que el calor sofocante todavía no había desaparecido en la capital y agradecíamos tener un lugar fresco donde poder hablar sin estar incómodos. O por lo menos, no a causa del calor. Bueno, especificando más, no a causa del calor ambiental. 

Recordando aquella época en la que te daba detalles de bienvenida pasé a comprar un detalle tonto lo suficientemente significativo como para saber que te arrancaría una sonrisa pero sin que te sintieses a la defensiva. Sé que acerté cuando, tras abrir tu puerta miraste sonriendo lo que llevaba en la mano. 'Anda que eres tonto', me saludaste con la cara resplandeciendo por tu sonrisa, y fue entonces cuando empecé a darme cuenta que el verano no te había tratado nada mal. 
Me abriste con una camiseta de leñadora roja a cuadros bastante ceñida pero fresca, para combatir un poco el calor, con dos botones superiores abiertos permitiendo un escote poco pronunciado pero recordándome con contundencia porqué me parecía tan increíble esa parte de tu cuerpo. He de reconocer que nunca he sido especialmente de pechos generosos, soy de ese tipo de hombres que prefieren un trasero sugerente y, bueno, no es que en ese tema andes mal porque ya trataré de describirlo más adelante pero tu escote... joder, me hiciste descubrir lo excitante que pueden ser dos tetas bien hechas y colocadas, y los límites que puedo llegar a superar por volverlas a sentir entre mis dedos. Por suerte el escote no era exagerado, así que pude mantener la compostura por lo menos a la hora de saludarnos.

La camisa llegaba escasamente al primer cuarto de tu muslo, siendo bastante más corta que cualquier falda pero que, acompañado por tus aires de andar por casa, simplemente denotaban más búsqueda de comodidad que de enloquecerme. En el fondo sabía que estaba equivocado, ya que te conozco lo suficiente como para tener claro que escogiste con sumo cuidado la prenda para tener el control de lo que yo sintiese al abrir la puerta. Fue en ese momento donde se me pasó la fugaz idea de si habrías escogido con tanto esmero todas tus prendas, y tuve que disimuladamente respirar hondo con una sonrisa. Por razones como esas me tenías en tu mano, pero es mi deber dejarte ver que no es así. Además, al parecer últimamente te gustaba que te diesen caña, así que tendría que comportarte como... '¿ya ni siquiera me invitas a pasar antes de llamarme tonto?', contesté con sorna mientras entraba sin esperar respuesta. Pasamos algo menos de un segundo manteniéndonos fijos la mirada. Todavía se nos hacía muy extraño darnos dos besos, así que simplemente continuamos como si lo hubiéramos hecho.

Siempre fue mi especialidad sacar temas tan interesantes como estúpidos para mantenerte con una sonrisa, sin descuidar de vez en cuando regalarte algún halago producto del tiempo que habíamos pasado sin vernos y de que, seamos sinceros, las ganas de mambo siempre sacan lo mejor de mí. Tú disfrutabas sintiéndote halagada y disfrutando del cariño con el que siempre te he tratado, y me agradecías esa sensación regalándome alguna caricia tierna. Hubo un compañero mío que, hace tiempo, me regaló una de esas frases cargadas de filosofía que parecen concebir las mentes que menos te esperas: "Para hacerlo bien en la cama, es necesario comenzar haciendo el amor y terminar follando como salvajes. Porque sólo así es cuando sacias todas las ganas de esa persona". Nosotros lo aprendimos bien hace tiempo y, como siempre, comenzamos regalándonos todo el cariño que nunca hemos dejado de sentir.


Comienzo de un relato que, con suerte, espero que podáis encontrar dentro de unos días en mi otro blog. 
Subiré un enlace al mismo en esta entrada cunado lo tenga. El título es provisional. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario